Alejandra Ramírez S.*
Hay que buscar las formas de construir comportamientos ciudadanos menos
agresivos para no consolidar sociedades violentas, dominadas por miedos,
inseguridades, en todo caso muy lejano del ideal de Vivir Bien que
discursivamente se pretende construir.
Leyendo acerca de la trágica –y
forzada– desaparición de los 43 estudiantes en México, me puse a pensar en lo
que ocurre en el país hoy en día… ¿Tan lejos estamos de esos macabros
acontecimientos de violencias que ocurren en ese país? Es difícil abrir un
periódico, escuchar noticias o ver un informativo televisivo sin pensar que
estamos cada vez más sumergidos en una serie de crónica roja que nos cubre con manto
de inseguridad y malestar. Niños maltratados, mujeres y hombres asesinados al
puro estilo de Criminal Minds, incremento de los feminicidios, violaciones, robos,
asaltos… Hay para elegir. ¿Qué ha pasado en nuestras –anteriormente– sociedades
tranquilas bolivianas? Un proyecto multi-céntrico y multidisciplinario en la
Universidad Mayor de San Simón (UMSS), está intentando comprender desde
distintas perspectivas disciplinarias los fenómenos de violencia (e inseguridad
ciudadana –un rasgo más de la problemática) existente hoy en día. Desde ahí,
surgen algunas ideas para empezar a debatir sobre esta temática.
Algunas bases para trabajar el tema…
¿Cómo comprender la violencia? ¿Desde
qué niveles? Durante mucho tiempo, se han ido construyendo diferentes abordajes
para analizar el tema; entre ellos algunos priorizan la descripción de los
mecanismos utilizados en las interrelaciones violentas cotidianas, otros dan
énfasis en los factores estructurales que explican los hechos de violencia (ya
sea por las desigualdades sociales, por las búsquedas de nuevos órdenes sociales,
las nuevas formaciones territoriales, etc.). La principal tendencia teórica en
los últimos años, es la de mirar el fenómeno integrando perspectivas micro/acción
(los hechos de violencia en sí) y macro/estructura (los marcos estructurales en
los que se genera).
Tres propuestas de lecturas
engloban las discusiones actuales: La primera (cf. Bakonyi y Bliessermann 2012)
propone analizar el tema, en términos de mosaicos de violencia, en sentido en
que si no se entiende cada cuadrado no se entiende el conjunto, pero viceversa,
si no se analiza el conjunto, no se aprehende el retazo. La idea es ir tejiendo
un análisis que vaya del estudio etnográfico de casos de violencia hacia la
comprensión del conjunto, a la vez que el conjunto sirve de marco referencial
para entender cada hecho. La segunda (cf. Koloma 2011) insiste en la necesidad
de una reconstrucción triangular de las dinámicas de violencia, debiendo
entenderlas como producto de una interacción entre: el/los performador(es),
el/la(s) víctima(s) y el(los) observador(es). Ello es importante en el sentido en
que es el observador –que puede ser desde el ciudadano común, hasta el tomador
de decisiones públicas o el medio de comunicación– que define la forma que
asume la interacción violenta, su importancia, su evaluación y su
desenvolvimiento. Una tercera mirada (Beck en Koloma 2011) plantea que los
hechos de violencia son a la larga los que van a incidir en la formación social
misma del territorio, construyendo asimetrías y determinados órdenes sociales
que se reflejan en la misma forma que asume el espacio y su ocupación.
Estas tres propuestas, nos
permiten (re)pensar el tema de la violencia e inseguridad ciudadana en el país,
a partir de nuevas aristas y pautas que presento, a manera de abrir el debate,
a continuación.
Pautas para comprender la violencia en Bolivia
Más allá de la visión simplista
según la cual la pobreza explica –y justifica– la violencia y tratando de
comprender el problema como producto de la interrelación existente entre las
agencias –en muchos casos ciudadanas– de personas diversas (detrás de los
cuales se encuentran intereses, miedos, emociones y despliegue de estrategias)
y los procesos estructurales y geográficos de crecimiento urbano; a
continuación esbozo cuatro explicaciones del brote de violencia que se está
dando en los últimos 20 años.
Una primera tiene que ver,
indudablemente, con el incremento de movimientos poblacionales de una región a
otra. Migrantes que llegan a lugares donde no cuenta con una infraestructura
básica mínima, debiendo reestructurar sus relaciones sociales, adaptarse a –o
chocar con– distintos patrones culturales y donde los nuevos desafíos que
enfrentan –físicos y sicológicos– los lleva en muchos casos hacia una actitud
hostil dispuesta hacia la violencia. A ello hay que sumar los flujos
migratorios transnacionales que al haberse desarrollado bajo la forma de
proyectos individuales, sin apoyo social, económico y mucho menos emocional por
parte de organizaciones públicas o privadas, se han traducido en muchos casos
en procesos de des-estructuración familiar y social.
Una segunda, está vinculada con
la ruptura del contrato social tipo rousseauniano y la instauración cada vez
más fuerte de un proceder autoritario a todo nivel; y ello tanto desde las
autoridades públicas o representantes organizacionales (el culto al mesías, al tata,
al líder o caudillo se ha vuelto una práctica común donde “su autoridad” es
el/la que manda, impone su posición, sin informar, sin preguntar y sobre todo sin
tolerar cuestionamientos), como desde los mismos ciudadanos, donde la viveza
criolla es lo que impera escondida bajo la figura –o lo anónimo– de lo
colectivo. Sin importar “el otro” se comenten constantemente actos de violencia
–cotidiana– traducidos en manifestaciones, bloqueos, insultos u otras
modalidades mal llamadas “política de las calles”. En ello generalmente, se
acaba atacando a los que –circunstancialmente– se encuentran entre los más
débiles ya sea por número o por posición política, religiosa, étnica (o no
étnica). Y es que, como plantean Karstedt y Eisner (2009) las sociedades violentas
suelen producir prácticas –castigos, sanciones, controles– más violentos.
Un tercer factor tiene que ver
con las políticas públicas previstas para hacer frente a la inseguridad que tienden,
como argumentan Roncken y Chacin (2014) hacia el control y la aplicación de
sanciones, acompañados por el fortalecimiento del protagonismo de la policía nacional,
cuando, como muy bien se señala desde la teoría, una política controladora y
punitiva lleva siempre hacia mayor violencia (cf. Karstedt y Eisner 2009). A
ello hay que sumar una cuarta explicación, relativa al incremento del
narcotráfico y, en general, de la economía subterránea (que incluye, entre
otros también al contrabando) que, como toda economía ilícita –que ya forma
parte de las mismas estructuras institucionales de la sociedad– produce brotes
constantes de violencia tanto individual como comunal.
En definitiva, mientras no se discutan
abiertamente estas problemáticas buscando las formas de construir
comportamientos ciudadanos menos agresivos, seguiremos tendiendo hacia la
consolidación de sociedades violentas, acercándonos cada vez más a un modelo
plagado por miedos, inseguridades, en todo caso muy lejano del ideal de Vivir
Bien que discursivamente se pretende construir.
Referencias
Bakonyi, Julta; Bliessermann de
Guevara, Berit. 2012. “The
Mosaic of violence. An introduction” en Microsociología of violence.
Deciphering patterns and dynamics of collective violence. Nueva York:
Routledge, 1-17.
Koloma Neck, Teresa. 2011. “The eye of the
beholder: Violence as a social process”. International journal of conflict and
violence. Vol. 5 (2), p. 345-356
Karstedt, Susanne; Eisner Manuel. 2009.
“Introduction: Is a General Theory of Violence Possible?” IJCV Vo. 3 (1), p.
4-8.
Roncken, Theo; Chacin, Joaquin. 2014.
“Los alcances de la seguridad ciudadana en Bolivia como Bien público y tarea de
todos”, Revista Cuestiones de sociología N° 10. Criminalidad y políticas de
seguridad ¿Hay una agenda progresista en América Latina?
* Responsable del Área de Estudios del Desarrollo del Centro de Estudios
Superiores Universitarios de la Universidad Mayor de San Simón (CIDES-UMSS).
En Nueva Crónica y Buen Gobierno
N° 150