lunes, 22 de diciembre de 2014

Sociedades violentas

Por Alejandra Ramírez - 3/12/2014
Ed. Impresa Los tiempos
Opiniones desde el CESU
Sin llegar a los niveles de México, donde desparecen constantemente personas mientras se encuentran pozos de muerte y horror (el último caso de los 43 estudiantes desaparecidos es sólo una muestra), lo cierto es que hoy en Cochabamba es  difícil escuchar noticias sin sentirse sumergidos en una serie de crónica roja que nos cubre con manto de inseguridad y malestar.
¿Qué pasó con esa tranquila ciudad primaveral de antaño?
Lanzo a continuación, y a modo de abrir el debate, cuatro explicaciones que intentan ir más allá de la visión simplista según la cual la pobreza explica –y justifica– la violencia.
Uno: indudablemente –y aunque no sea políticamente correcto decirlo– el incremento de flujos migratorios hacia la región es un factor que debe tomarse en cuenta. Se trata de poblaciones que llegan a lugares donde no disponen de una infraestructura mínima de servicios básicos y que deben reestructurar sus relaciones sociales, adaptarse a –o chocar con–distintos patrones culturales y enfrentar nuevos desafíos –físicos y psicológicos– que los lleva en muchos casos a asumir actitudes hostiles predispuestas hacia la violencia en entornos también plagados por todo tipo de inseguridades.
Dos: la ruptura de un contrato social mínimo a favor de la instauración de un cada vez más fuerte proceder autoritario a todo nivel. Por un lado, autoridades públicas o representantes organizacionales que mandan e imponen sin informar ni tolerar cuestionamientos; por otro, ciudadanos que escondidos bajo la figura –o lo anónimo– de lo colectivo, cometen constantemente actos de violencia mediante manifestaciones, bloqueos, insultos u otras modalidades mal llamadas “política de las calles”, donde los perjudicados son siempre los que circunstancialmente se encuentran entre los más débiles ya sea por número o por posición política, religiosa, étnica (o no étnica).
Tres: políticas públicas que priorizan el control y la aplicación de sanciones en vez de la prevención y enfatizan en un fortalecimiento de la Policía Nacional, entidad paradójicamente denunciada en muchos casos como un principal semillero de violencia (intrafamiliar o ciudadana, lo que se refleja en el abuso, la corrupción o la cotidiana circulación de coimas).
Cuatro: el incremento del narcotráfico y, en general, de la economía subterránea (que incluye, entre otros también al contrabando) que, como toda economía ilícita, que ya forma parte de las mismas estructuras institucionales de la sociedad, produce brotes constantes de violencia tanto interindividual como intracomunal.
Mientras no se discutan abiertamente estas problemáticas, buscando incidir en la construcción de comportamientos ciudadanos alternativos, seguiremos tendiendo, vertiginosamente rápido, hacia la reproducción, con su propia metafísica popular, de lo que sucede en ese gran país centroamericano.
La autora es socióloga


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